5 De Abril 1992
A 26 años del autogolpe, el fujimorismo persiste en sus modales autoritarios y en la manera mas lumpen de hacer política
Recordando lo que significó para la institucionalidad peruana un hito político que ha dividido hasta hoy al Perú.
No nos engañemos. El Perú es un país con una gran vocación autoritaria que se respira todos los días en los ademanes de la gente, en nuestras calles, en nuestras relaciones familiares e interpersonales. La voz que tenga mayor potencia o resonancia es la que se impone muchas veces por encima de lo razonable y el bien común. La historia lo demuestra con creces desde nuestro precario siglo XIX hasta nuestros días. Una sociedad partida entre quienes tienen demasiado y quienes tienen muy poco no se presta a muchos consensos, y si a una ideología de dominación. Llámese pierolismo, leguiísmo, velasquismo, etc. el Perú no supera la fase de los caudillos iluminados aún en el siglo XXI.
El fujimorismo es la última versión de una larga cadena de banderías políticas sin sentido. La caída del gobierno de PPK suena absurda cuando vemos que en materia programática y política ambos representan la misma vertiente de una derecha tecnocrática y económica. Ninguno de los dos cuestionaba el modelo de crecimiento peruano, y en el pasado tuvieron muchas coincidencias. Entonces, mas allá del nuevo escándalo de videos que terminó con la presidencia del señor Kuczynski ¿cuál fue el detonante de fondo?
De manera superficial, podríamos atribuir a las características personales tanto de Keiko Fujimori como las de Pedro Pablo Kuczynski. Pero en el fondo está lo siguiente: PPK nunca representó un liderazgo fuerte en términos de autoridad. Y en eso el fujimorismo es autoritarismo por definición, la "mano dura" y el ideal del orden con el que muchos peruanos sueñan.
El 5 de abril de 1992, ese ideal antidemocrático que tenemos los peruanos, se hizo realidad un domingo por la noche. Nos acostamos con democracia y amanecimos con una dictadura. El congreso de dos cámaras había dado facultades legislativas en términos económicos y de seguridad. A pesar de no haber sido uno de nuestros congresos mas brillantes (los peruanos tenemos, endémicamente, la facultad de escoger a lo peor), no podía decirse que era un congreso obstruccionista. El congreso del 2016 dió facultades también (podrán decir), pero derribó leyes una por una desde el inicio de su mandato: ley promulgada por el ejecutivo, ley derribada por el legislativo. Cosa que no hizo el congreso de 1990.
Y aún así, Alberto Fujimori dió un golpe de estado. Absolutamente innecesario. En términos de lucha contra la subversión, la policía (que finalmente hizo el trabajo) no tuvo condiciones cualitativamente superiores a la situación anterior al 5 de abril. La economía peruana no tuvo un gran despegue desde el golpe de 1992 ya que las líneas generales de las misma ya se habían impuesto (al caballazo con el Fujischock) desde 1990.
Si la gobernabilidad estaba garantizada, si la economía marchaba por buen rumbo, si la subversión estaba siendo combatida con éxito desde la policía ¿qué necesidad había de un golpe?
Sin entender la vocación autoritaria de nosotros los peruanos y sus gobernantes, no podemos entender el golpe. Es obvio que la factura de la corrupción, que ya comenzaba a dar muestras públicas desde el comienzo del mandato fujimorista en los 90. Y esta tenía que ser cobrada y encubierta. No es gratuito que el asesor en la sombra, Montesinos, fuera funcional al mismo gracias al conocimiento interno que tenía de las Fuerzas Armadas. El golpe fue el recurso perfecto para obtener un pasajero apoyo popular y anular totalmente la transparencia del gobierno.
Lo demás es historia conocida. Pero no aprendida.
No es accidental que los escuelas suelan estar en ruinas, que la TV pase basura, que los escolares no sepan ni quien fue Abimael Guzmán o que muchos tengan una versión mitificada de Alberto Fujimori. La falta de información hace crecer la vocación por el autoritarismo junto con sus acompañantes naturales: la ignorancia inducida y el negacionismo.
El fujimorismo es el camino de retroceso, el eterno retorno a la frustración peruana que ha permeado nuestra historia y que, lamentablemente, persiste en nuestra precariedad como sociedad sin norte.
No lo olvidemos. En especial hoy.