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La indignación ciudadana

La necesidad de ejercer el derecho ciudadano de la indignación

Cuando las divisiones ideológicas devienen en un teatro para sembrar la discordia entre todos buscando, finalmente, el inmovilismo.

Publicado: 2017-02-14


Son en estos momentos, como los que actualmente pasan dentro de nuestro país, en que es necesario expresar nuestra indignación. La indignación no es una afiliación política. La indignación no es un botín de ciertos dirigentes. Es la sana respuesta a un estado de cosas que se nos manifiesta como terminal, putrefacto y repulsivo. Cómo adjetivar de otra manera a nuestras dirigencias políticas que, en muchos casos, se ven alcanzadas por un fenómeno que abre una brecha más sobre las brechas ya existentes entre sus políticos y los ciudadanos que dicen representar.

En este estado de cosas es necesario tener una actitud de rechazo. Y agregar a esa actitud de rechazo, la acción. La ciudadanía que no se siente representada por las tiendas políticas tiene todo el derecho a decir basta. Lo que estamos presenciando es la salida a la luz de lo que el ciudadano de a pie siempre sospechó: que sus clases dirigenciales tienen como patrón de conducta el timo y la prebenda. Que los ideales políticos, que a final de cuentas deberían ser los caminos para normar una mejor convivencia entre nosotros, son en realidad discursos hechos a la medida de una audiencia. Por un lado busca reafirmar las diferencias para de este modo poder acceder a los privilegios que da el servicio público o, en todo caso, procurar tener un medio de enriquecimiento inmediato desde allí. "Toma el dinero y corre", es una expresión anglosajona que bien explica la actitud dominante de nuestras capas políticas. Pero también, hay que decirlo, de buena parte de la ciudadanía a la que se le ha bombardeado en los últimos años con los ideales de una vida centrada en el consumo desmedido y la acumulación sin limitación como modos para ganar el aprecio personal y social. Eso nos destruye no solo como ciudadanos, sino como personas y como medio ambiente.

La indignación ante la evidencia de la corrupción no conviene a todos, y hay quienes buscan diluirla. Esos son los que relativizan la corrupción y tratan de aparentar que son menos corruptos apelando al olvido o la prescripción de sus antiguos delitos. Y para eso recurren a la mala memoria y la comparación sesgada. Es lo que buscan para que este estado de cosas no cambie: dividir a la ciudadanía con la retórica de quien supuestamente está menos manchado (“Yo robé menos…”)

Esa división solo conviene a quienes no desean que las cosas cambien. Las divisiones ideológicas devienen entonces en un teatro para sembrar la discordia entre todos y busca, finalmente, el inmovilismo.

Hay quienes creen que lo que actualmente acontece en nuestro país será recordado como un capítulo mas en la eterna historia de las infamias que forman la columna vertebral de la historia política del Perú. Pero también es cierto que tenemos ante nosotros una nueva oportunidad como en el año 2000: el poder detener, de una vez por todas, un permanente estado de cosas que hace que la historia se repita con frecuencia, sin importar la calidad del régimen político que se tenga, ni quienes sean sus representantes. Cada crisis debe servir, entonces, como una lección acumulativa de dignidad y acción frente a lo que se nos presenta como inevitable y permanente: el círculo vicioso de la corrupción que atraviesa no solo a políticos y sus partidos, sino que es también, una visión de vida que amenaza de manera fundamental nuestra capacidad de convivencia.

Y esa corrupción debe ser atacada en dos frentes. Por lo que respecta a nosotros, queremos hacer eso desde nuestra identidad como ciudadanos y parte de un colectivo que se asume como tal sin levantar bandera alguna que no sea el de la dignidad. Pero el segundo frente es el mas difícil y esquivo: está en el ámbito personal. No pretendemos dar un catecismo o doctrina de moralidad para solucionar lo que es una vieja preocupación humana que se debate desde el inicio de la misma. Pero si debemos de señalar, en ese terreno, que nuestra búsqueda debe ser permanente y ello dará lugar a un nuevo tipo de ciudadanía, que por su característica inquisitiva, sería menos proclive al engaño y a la corrupción.

Si ha de asumirse una bandera, entonces esa debe de llevar en letras bien gruesas el signo de la indignación ciudadana. Es hora de levantarse y llevar en nuestras gargantas el grito de “¡basta de corrupción! ¡Devuélvannos nuestro país!”.


Escrito por

No a Keiko

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